Por cuarta vez en los últimos meses, cientos de miles de argentinos han salido a marchar en Buenos Aires y en las principales capitales para protestar contra el gobierno de Alberto Fernández y denunciar que el país transita por el mismo camino de Venezuela. En realidad esa ruta está trazada y la mitad de la población ya está viviendo como en Cuba o como en las tierras de Nicolás Maduro. La administración peronista mantiene uno de los regímenes de confinamientos más estrictos del mundo, al extremo de que la economía sigue paralizada casi por completo. Obviamente, la mitad de los habitantes están contentos, porque cobran sin trabajar, tienen un puesto en el Estado y están prohibidos los despidos. Ellos son los que votan por mantener el modelo consistente en vivir de los demás y lo que falta, pedirlo prestado. Para camuflar esta división tan simple, los intelectuales hablan de “la grieta”, pero no hay nada de ideología en el asunto, sino mera viveza criolla. El problema es que hoy los que suelen trabajar no pueden hacerlo y ya nadie quiere aflojarles plata a los argentinos. El gobierno está en medio de un sándwich con sabor a nada.