El fútbol es la nueva religión del mundo, seguramente con mucho más seguidores y fanáticos que todos los credos juntos. Las estrellas de los clubes son dioses, objeto de culto y de tributo, de ahí los ingresos multimillonarios que perciben y la vida de fantasía que llevan. Ese fenómeno ha ido en aumento en las últimas décadas.
El famoso futbolista brasileño, Paulo Roberto Falcão, uno de los mejores mediocampistas de la historia, cuenta que en 1980, cuando pasó a jugar en el Roma, lo que pagaron por el pase le alcanzó para comprarse una “Peta” Volkswagen. Sabe Dios cuántas vidas puede vivir Neymar con los 222 millones de euros que pagaron para que juegue en Francia.
En Argentina el fútbol es usado desde los años 50 para atontar al pueblo, para doparlo y obligarlo a olvidar que vive en una de las dictaduras más viejas del mundo. En China ya no les alcanza el socialismo para engañar al pueblo y están haciendo cuantiosas inversiones en la nueva liga futbolística.
Con el coronavirus todo cambia y el fútbol también, especialmente ahora que no sirve de nada, no tiene utilidad como opio social. La mejor señal de este cambio es la propuesta de la FIFA de reducir los sueldos de los futbolistas en un 50 por ciento. ¿La otra parte de la darán a los médicos, las enfermeras y los maestros? Eso sería verdaderamente revolucionario.