Felipe Quispe es, con seguridad, uno de los principales referentes del liderazgo de los indígenas de Bolivia, cuya realidad es exactamente la misma que hace 30 años, cuando la conmemoración de los 500 años de la llegada de los españoles a América, despertó el fervor por el debate de la conquista, desató las posturas revisionistas del periodo del coloniaje, afloraron las reivindicaciones de los pueblos nativos y en Bolivia comenzó el ascenso al poder de este sector que había sido excluido de los espacios públicos.
Quispe y Evo Morales, el otro líder que sobresale en esta lucha de los originarios, son precisamente los responsables del fracaso de este proceso que en tres décadas no alcanzó más que para conseguir algunos logros como la visualización, la ocupación de ciertas cuotas de poder y las buenas intenciones de solucionar los problemas indígenas, plasmadas en leyes que no funcionan, que son inviables o que no se aplican por falta de voluntad política de los mismos portadores del discurso indigenista.
En el plano social, en el rezago educativo, en los niveles de pobreza, acceso a los servicios y respeto a sus derechos fundamentales, los indígenas se encuentran tal como estaban, en los últimos lugares de los indicadores, en la periferia de las ciudades, en lo más escondido del ámbito rural y en espacios que corren su dignidad, como pasa en aquellas comunidades que han sido arrastradas por el delito, especialmente por el narcotráfico y el contrabando.
Ninguno de estos “grandes” líderes indígenas supo aprovechar su posición para beneficiar a los suyos. Se llenaron de odio y de resentimiento, no lograron imponer el debate, dialogar con las élites tradicionales para conseguir mejores niveles de tolerancia y más bien optaron por el revanchismo, por la imposición y el insulto, sin mencionar, claro, que Morales simplemente usó ese resentimiento para dividir a los bolivianos, para acosar a un sector de la sociedad que reaccionó con rechazo a esta provocación, cuyo resultado es una mayor exaltación del racismo y la discriminación.
El colmo de todo fue que la conducta de Evo Morales y algunas figuras indígenas de menor rango que lo acompañaron, ayudaron a vincular lo indígena con la corrupción, con el saqueo, el abuso y lo que es peor, con situaciones denigrantes como aquellas evidencias de abuso contra menores de edad.
En todo este periodo hubo otras personalidades del mundo indígena que resaltaron, como pasó con Víctor Hugo Cárdenas y Marcial Fabricano, pero lamentablemente, las corrientes dominantes se encargaron de sacarlos del camino, de estigmatizarlos y de perseguirlos, pese a que ellos sí buscaban mejorar la situación de sus pueblos y lo hacían tendiendo puentes y buscando el entendimiento. La última oportunidad que puede tener el indigenismo de recuperar una lucha auténtica es David Choquehuanca, aunque tal como se observa la marcha del actual gobierno, sus posibilidades podrían truncarse.
Ninguno de estos “grandes” líderes indígenas supo aprovechar su posición para beneficiar a los suyos. Se llenaron de odio y de resentimiento, no lograron imponer el debate, dialogar con las élites tradicionales para conseguir mejores niveles de tolerancia y más bien optaron por el revanchismo, por la imposición y el insulto, sin mencionar, claro, que Morales simplemente usó ese resentimiento para dividir a los bolivianos, para acosar a un sector de la sociedad que reaccionó con rechazo a esta provocación, cuyo resultado es una mayor exaltación del racismo y la discriminación.