Cavilando en tiempos de confinamiento, confieso una fijación por ese gesto de marcar las páginas de los libros. Hay unos que merecen algo más que doblarles una esquinita; varios tienen párrafos subrayados o resaltados con marcadores. Leí a Mario Vargas Llosa y su La llamada de la tribu, que reseña a siete sabios, de los cuales había hurgado cinco. Entre ellos el deslumbrante Karl Popper (1902-1994) cuya lectura me inclinó por la ideología liberal, así este se haya convertido en epíteto despectivo en especial precedido por el “neo” con que los ignorantes lo denuestan.
Dice el Nobel peruano que sin Hitler y los nazis Popper no hubiera escrito La sociedad abierta y sus enemigos, obra cumbre del liberalismo democrático contrapuesto a “las sociedades cerradas del totalitarismo”. El concepto central de su ideología es la libertad del individuo, que se ramifica en la libertad de expresión, la libertad económica y del reducido rol del Estado en ese aspecto. Si bien no toma en cuenta la desigualdad social que atiza la discordia entre los ciudadanos, opino que su idea del “choque entre culturas” es adecuada para relievar el conflicto en las sociedades.
Soy adepto a los contrastes. Intento comparar un par de ideas del humilde pensador austríaco y dos contrasentidos del “socialista” Evo Morales. La solución del desempleo mediante el burocratismo con fines políticos es uno de ellos. Otro es el complejo divisionista de una sociedad en base a rencores de clase o etnia, llámense “lucha de clases” u oposición entre “originarios y blancoides”.
Inicialmente socialista, Popper nunca abandonó su decidida defensa de las minorías y de los pobres. El sabio vienés resistía “el creciente poder de la maquinaria estatal (…), el máximo peligro para la libertad individual”. En suma, el estatismo. Sin embargo, si bien el Estado (o su manejo) puede orientar a la gente hacia logros justicieros, no se puede negar que el “creciente poder de la maquinaria estatal” puede ser deformado hacia fines pedestres y contraproducentes.
En Bolivia, aparte de la maldita propensión de nuevos gobiernos de deshacer lo bueno, malo y feo del anterior, está el bamboleo entre ideologías contrapuestas. Tómense como ejemplo el “neoliberalismo” anterior, y el “estatismo” del nuevo. El caso más saliente es YPFB, que editoriales apuntan que esta agobiada por “la peor de las circunstancias: con caída de producción, de ingresos y, aparte, sobrecargada de personal que no es experto en la materia”.
Con pretextos ideológicos de “socialismo” de por medio, se crearon casi una centena de nuevas empresas estatales en los14 años de vacas gordas del “evismo”. Aparte, por supuesto, de malgastos corruptos, museos megalómanos, contratos propulsados por vaginas y “coimisiones”, o espejismos de logros de “primer mundo”.
Sobre el segundo contraste, ¡qué desilusión del engaño de Estado Plurinacional de Bolivia! Porque el tiranuelo de Orinoca ventiló sus resentimientos “originarios”, quizá iniciados en una fría noche de servicio en el Cuartel de Miraflores viendo autos del que bajaban damas emperifolladas para algún coctel de mandamases militares. Quizá allí afirmó su aprendizaje de la aritmética prejuiciosa del país: aparte del cisma entre collas y cambas, practicó su complejo divisionista entre “blancoides” e “indioides”.
Ambas categorías son falaces. Desconocen que los victoriosos quechuas se juntaban con hijas de los doblegados aymaras; los conquistadores españoles, al no tener mujeres, aprovechaban las nativas: escasos son los troncos familiares bolivianos sin una pollera o un tipoy en el armario; la mayoría de Bolivia está poblada por latinoamericanos con matices de cobrizo a blanco: es mestiza.
Se exacerbaron prejuicios raciales imponiendo el invento de “quechuaymara”, con el curioso aditamento de “indígenas de las tierras bajas” al mejunje. Hizo “constitucionales” a treinta y tantas “nacionalidades”, algunas de ellas tribus extintas, o que desconocían fronteras republicanas. Detrás tal vez está el designio de marcar distancia del Perú incaico, con la primacía de la minoría aymara sobre un variopinto rompecabezas cultural.
En este mundo de falsedades y medias verdades, tenía que sobrevenir una pandemia global para desnudar un desequilibrio de prioridades en los gobiernos. La Covid-19 ha revelado que los excesos contra el medio ambiente y el mal manejo de la cosa pública tienen su precio. Subsisten, no obstante, las estupideces de los gobernantes. La democracia parece deformada por las termitas politiqueras. Las últimas, como el coronavirus, afectan a países ricos y pobres. Ególatras prorroguistas amenazan con violar el veredicto de las urnas. En EEUU con ladridos velados. En Bolivia con el espectro del fraude electoral, ese que destronó al corrupto “originario” pedófilo.
* Antropólogo