Este 6 de agosto debería ser una jornada de regocijo, de festejo y renovación del espíritu patriótico. Pero en su lugar viviremos un día muy triste, agobiados por la pandemia que destruye vidas, negocios y proyectos, pero sobre todo, por compatriotas, bolivianos, individuos que dicen defender la justicia y pelear por el bienestar del país, pero que hacen todo lo contrario. Gritaban “Patria o muerte”, pero nunca que se les ha conocido ningún sacrificio por la patria; cuando tuvieron la oportunidad de servirla la saquearon y en el momento que los pillaron, tiraron al tacho la consigna y huyeron despavoridos. Hoy quieren convencer que son imprescindibles, que son la única opción para salvar al país, que son los mejores, pero sus antecedentes no son los más adecuados y no han encontrado mejor idea para convencer de todas sus bondades que recurriendo al mayor acto de tortura jamás visto en 195 años de historia. Tal vez el gesto más patriótico que pueden hacer es precisamente mostrar su verdadero rostro.