Editorial/Opinión

Países indefensos


Países indefensos

Después del fallido golpe de estado, en 1992, Hugo Chávez se envolvió con el argentino  Norberto Ceresole, un neonazi antisemita surgido del ala más radical del peronismo, al que convirtió en su principal asesor. Lo conoció en Buenos Aires en 1994, donde comenzaron a proyectar una suerte de tercer reich en América Latina con estrechos vínculos con Siria y Libia, donde el rioplatense había desarrollado una larga trayectoria elucubrando fórmulas políticas de lo más peligrosas y estrafalarias.

Ese mismo año Chávez conoció a Fidel Castro, quien le hizo un lavado de cerebro y lo convenció de poner toda esa energía expansionista al servicio del comunismo, porque además, Cuba ya tenía una larga experiencia exportando el socialismo en varios continentes. 

Así ha ocurrido en los últimos 20 años y lo mismo podría haber pasado si es que Chávez se decidía por la primera opción, ya que nuestros países son altamente vulnerables a la penetración de cualquier aventura política, a la acción de las mafias transnacionales y a la influencia de agentes externos altamente destructivos del tejido social, cultural y económico.

Salvo algunas excepciones, nuestras fuerzas armadas cumplen nada más que un papel decorativo, pues ellas deberían ser las primeras vigilantes frente al acecho de organizaciones criminales disfrazadas de proyectos políticos populares que se han asentado en la región y que van camino a la “cartelización” de la política.

En Bolivia, los grupos desestabilizadores de Cuba y Venezuela no tuvieron ningún obstáculo para hacer de las suyas en el país a partir de 2003 y lo mismo está pasando en este momento en Perú, donde las fuerzas democráticas están dando una dura batalla para no caer en las mismas garras de los que han destruido Nicaragua, Venezuela, Argentina y Bolivia. 

Sin un mínimo de seguridad, nuestros países están librados a su suerte, como si fuera un hogar de puertas abiertas al ingreso de ladrones y asesinos que tienen carta blanca para actuar contra Chile, que había alcanzado altos niveles de desarrollo y que había sido capaz de repeler injerencias perniciosas, se ha podido librar de esta lacra que, como nunca, está poniendo en peligro la integridad del continente. 

Luego de la caída del muro de Berlín, el socialismo perdió toda moral para proyectarse como una opción a favor de los pueblos, mucho más ahora, que se ha vuelto el aliado perfecto de los narcotraficantes y terroristas que han acentuado la violencia en América Latina. 

Las fuerzas armadas de cada uno de nuestros países conocen bien las dolorosas consecuencias que trajo en los años 60 y 70 la perniciosa influencia del comunismo de la mano de cubanos y soviéticos y es de lamentar que luego de lo ocurrido en Venezuela, en Nicaragua o Cuba, ellos sigan de brazos cruzados y en algunos casos se hayan vuelto cómplices de este proceso de aniquilación que nos puede convertir en la nueva Afganistán o en la versión latinoamericana de Somalia. En este sentido, la lucha de Santa Cruz es un ejemplo para todos, pues es la ciudadanía la que se ha puesto al hombro la tarea de la seguridad nacional.

Salvo algunas excepciones, nuestras fuerzas armadas cumplen nada más que un papel decorativo, pues ellas deberían ser las primeras vigilantes frente al acecho de organizaciones criminales disfrazadas de proyectos políticos populares que se han asentado en la región y que van camino a la “cartelización” de la política.