Cuando el secretario general de la OEA, Luis Almagro, visitó nuestro país en mayo pasado y se puso una guirnalda de coca en el cuello, luego de rociarle agua bendita a Evo Morales, todos reaccionaron con críticas virulentas hacia el diplomático uruguayo. Hubo una excepción y fue precisamente este Penoco que siempre busca subirse al gajo más alto para tomar perspectiva. Desde esa rama y en este mismo espacio publicó lo siguiente: “Lo bueno que hizo el visitante fue exigirle al jefe de estado un compromiso para que las elecciones del 20 de octubre se sometan a la observación y el escrutinio internacional, cosa indispensable ante las evidencias del fraude que se está montando.
Ojalá no abandonemos a Almagro en esta pelea” (fin de la cita). No vamos a dudar ahora que finalmente fue la auditoría de la OEA la que ayudó a decantar las cosas en Bolivia y que obligó a los militares a abandonar su ambigüedad. Este martes, en una sesión extraordinaria, Almagro fue contundente y no sólo confirmó el fraude, sino que afirmó que en Bolivia no hubo golpe de estado, sino la genuina protesta de la gente “que no podía permitir que le roben el voto”. Esta declaración de Almagro pone a Evo Morales a la altura de un criminal que debe rendir cuentas y lo inhabilita para volver a ejercer la política.