Luego de más de dos días de incertidumbre, finalmente la dirigencia política representada en el Congreso tomó la sabia decisión de elegir a Jeanine Añez, como la conductora de un proceso de transición, con la única misión de pacificar al país y convocar a elecciones libres y transparentes que consigan restituir la estabilidad democrática en Bolivia.
Lamentablemente esta decisión se tomó demasiado tiempo, en el que la población vivió momentos de pánico y de zozobra, lo que obliga a reflexionar sobre la conducta que deben asumir en un futuro inmediato,
pues la transición no admite dilaciones y menos todavía cálculos que sólo buscan intereses particulares.
Precisamente, terminada la dictadura, debemos encarar otra tarea titánica pero ineludible y consiste en cambiar la política boliviana, sumida en viejos vicios que el régimen depuesto se encargó de perfeccionar y que lastimosamente han aflorado con nitidez en los últimos días entre los líderes tradicionales y agrupaciones con representación parlamentaria.
La ciudadanía nos ha entregado una victoria formidable, conseguida a través de una lucha genuina y pacífica, en la que los políticos tuvieron muy poco que ver, porque seguramente no confiaban en la gente, porque han perdido la conexión con las calles y, lo que es peor, porque se habían acomodado a un statu quo con el que han sido funcionales.
La población movilizada ha obligado a la dirigencia nacional, a los policías, a los militares y todos los estamentos a asumir una nueva actitud frente a una realidad que los sobrepasó y por desgracia, ya sea por inercia o por una carencia de sentido común, algunos se negaban a darle viabilidad a este nuevo estado de cosas, a esta revolución surgida desde las calles, a esta gesta que ha evitado el fraude, que nos ha ahorrado sangre y que ha impedido que Bolivia se dirija hacia el despeñadero.
Producida la renuncia del binomio del fraude, el pasado domingo, se ha perdido un tiempo valioso por culpa de los cálculos, por responsabilidad de los infaltables leguleyos que han recurrido a la chicana y por la torpeza de quienes querían sacar provecho de las circunstancias y han actuado de espaldas a la crítica situación.
Mientras algunos recurrían al idiotismo, la población se mantenía en zozobra, los grupos de vándalos y terroristas azuzados por la tiranía hacían de las suyas en algunas ciudades y los parlamentarios del MAS
se regodeaban recurriendo a un boicot descarado en contra de una solución en el Congreso Nacional.
Justo cuando el país está en uno de sus momentos más importantes de su historia, pero al mismo tiempo, frente a un riesgo de truncar esta gesta libertaria, los tinterillos de siempre se han estado en buscarle pelos a la leche, en insistir en los formalismos y utilizar las leyes como un obstáculo para encontrar una solución inteligente, viable y expedita.
Numerosos constitucionalistas y expertos apuntaron oportunamente que no había manera de perder tiempo, pues la Carta Magna preveía una salida que permitía sortear la burocracia a la siempre recurren los políticos profesionales que constantemente obstaculizan el progreso de Bolivia y lo sumen en sus propios laberintos.
La Organización de Estados Americanos (OEA) ratificó este martes que en Bolivia hubo fraude, que no se produjo un golpe y que la ciudadanía ha sido artífice de esta rebelión justificada para evitar que le roben el voto. Esa fue como la luz que permitió pocos minutos después el acuerdo que sacó de la incertidumbre.