El nuevo gobierno comenzará su gestión con una herida abierta causada por fraude de octubre de 2019, aunque en realidad, todo empezó con el desconocimiento de los resultados del Referéndum del 21 de febrero de 2016 y la patraña posterior, la de plantear que convertirse en dictador es un derecho humano.
La población boliviana soñaba con un verdadero cambio que ayude a superar la degradación moral en la que había caído el antiguo régimen, pero en su lugar, los líderes que tenían a su cargo la recuperación de la democracia se rifaron la victoria de octubre en menos de un año. Todo se vino al suelo, no pudieron con tanta carga, a la que se sumó, por supuesto, la crisis de la pandemia que dejó al descubierto el nefasto legado de Evo Morales en materia de salud y de economía ¿Qué clase de experto en manejo de las finanzas no deja ahorros ni siquiera para comprar lo indispensable para los hospitales o para darle unas migajas a la población?
Esta gente merece explicaciones de sus propios líderes, de las autoridades, del gobierno de transición, de los responsables del Tribunal Supremo Electoral. No es mucho pedir que den la cara y que despejen las dudas que existen. El pueblo merece ese beneplácito, porque sigue desconfiado, se mantiene muy sensible. No comprende y nadie lo explicó, por qué suspendieron el Direpre, por qué se hizo el conteo de esa manera, por qué tuvo que ser una encuestadora la que diga quién ganó las elecciones, por qué se apresuraron a declarar y felicitar a un ganador y, por qué tanto silencio de los que ahora tendrían que estar del lado de la ciudadanía.
Una vez más se confirma que la clase política boliviana siempre está de espaldas a la población. No la entiende y tampoco siente empatía por ella. En su lugar, no hacen más que cometer abusos, burlarse de la democracia y tratar de zafar cada vez que pueden de su responsabilidad de rendirle cuentas de sus actos a la opinión pública.
Ni bien conocieron los resultados de las elecciones, los nuevos oficialistas arrasaron sobre las normas que les impedían hacer y deshacer en el Congreso. Lo primero que hicieron con el poder fue darle un nuevo golpe a la democracia. A continuación, comenzaron a aplicar nuevamente su falta de escrúpulos en la manipulación de la justicia, que acaba de reinstaurar el reino de la impunidad en Bolivia. Los nuevos jerarcas del MAS han prometido redimirse, pero no hacen más que mentir sobre el estado de la economía y las perspectivas de recuperación. Si mienten en esto ¿quién les puede creer que no han venido para seguir en el revanchismo y la persecución?
Bolivia necesita sanar sus heridas y eso se logrará con un verdadero trabajo de pacificación. Requiere que por una vez, los políticos cumplan lo que dicen, que digan la verdad y que se manejen por la senda de la ley, del diálogo y el respeto a la democracia. Nadie puede pedir que el gobierno se convierta de la noche a la mañana en un dechado de eficiencia y absoluta transparencia, pero al menos, deben darle la plena confianza a todos, que con la libertad y la propiedad de los individuos no se van a meter.
Ni bien conocieron los resultados de las elecciones, los nuevos oficialistas arrasaron sobre las normas que les impedían hacer y deshacer en el Congreso. Lo primero que hicieron con el poder fue darle un nuevo golpe a la democracia.