Editorial

Gritos de guerra en Buenos Aires


Gritos de guerra en Buenos Aires

La cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) celebrada en Buenos Aires ha intentado ser el relanzamiento del Socialismo del Siglo XXI, que no estaba muerto, pero que está muy lejos de tener el impulso que tuvo hace más de una década, cuando Hugo Chávez estaba en su plenitud y gastaba plata a raudales para dominar el continente, Fidel Castro estaba vivo y actuaba como el gurú de los líderes de la región, entre ellos Lula Da Silva, cuyo estigma de corrupto todavía no había superado a la pose de revolucionario. Evo Morales era una suerte de amuleto del grupo y ahora juega a ser el talibán sudamericano que busca recomponer su imagen de fraudulento y escapista.

La antesala de la reunión no ha podido mejor para los integrantes del Foro de Sao Paulo que siguen la consigna de agitar las aguas del continente. Un golpe de estado en Perú que mantiene en el caos al país desde hace más de un mes, otro intento de golpe en Argentina contra la justicia, un gobierno activando constantemente la confrontación en Bolivia y un Lula que se aprovecha de la torpeza de un sector de la oposición para sacar a relucir su vena dictatorial. Como marco de todo este clima enrarecido se encuentra una grave crisis económica, con una inflación generalizada que tiende a agudizarse, especialmente en Argentina.

A la hora de los hechos, las cosas no han salido como querían. Ni el nicaragüense Daniel Ortega o el venezolano Nicolás Maduro han podido ir a la capital argentina por temor a terminar tras las rejas. Ambos están presos en sus propios países, agobiados por una situación económica y política desesperante y sobre todo, por una serie de sanciones internacionales aplicadas en su calidad de dictadores y  conspicuos violadores de los derechos humanos.

La cumbre ha querido demostrar que el ala más radical de la izquierda latinoamericana es mucho más representativa y tiene mayor peso en la región que los moderados que encarnan el chileno Boric y el colombiano Gustavo Petro. La ausencia del mexicano López Obrador ha dejado en claro de qué lado está, al igual que lo expresado por el presidente de Chile, quien afirmó que “Las izquierdas no tenemos por qué ser identificadas con desorden”. La posición que adopte Lula será vital para el propósito de los “duros” y es probable que se queden con ganas de sumarlo a su bando, pues el brasileño tiene urgencias políticas y económicas que no admiten el retorno a las aventuras y las amistades del pasado.

La actitud que llama la atención es la del argentino Alberto Fernández, cuya radicalización, su cercanía con Cuba y Venezuela no es otra cosa que una búsqueda de llevar las cosas al extremo, conseguir aliados y alentar cualquier situación que le ayude a disimular la hecatombe que se avecina. El mundial de fútbol no le alcanzó para los fines requeridos.

A la hora de los hechos, las cosas no han salido como querían. Ni el nicaragüense Daniel Ortega o el venezolano Nicolás Maduro han podido ir a la capital argentina por temor a terminar tras las rejas. Ambos están presos en sus propios países, agobiados por una situación económica y política desesperante y sobre todo, por una serie de sanciones internacionales aplicadas en su calidad de dictadores y  conspicuos violadores de los derechos humanos.