Aristóteles decía que los deportistas y los artistas son los seres más admirables pues no pueden fingir ni disimular. Todo lo que hacen y lo que son se ven con nitidez en el campo de juego o en las tablas del teatro, mientras que otros profesionales suelen gozar de la intimidad que a veces ayuda a corregir los errores y esconder las debilidades. Los ministros de gobierno suelen ser los funcionarios más poderosos de cualquier régimen y tal vez por eso es que Carlos Romero decidió quedarse tranquilo en su casa, confiado en su impunidad y en la seguridad que le brindaba haber manejado los organismos de represión durante tantos años. Ni siquiera Juan Ramón Quintana se atrevió a tanto, hasta que Romero cayó ante las cámaras de televisión que lo pusieron en evidencia. A partir de ese momento no hubo protección que lo pueda salvar del escarnio ciudadano que lo ha mantenido acoquinado. El ex ministro no ha tenido más remedio que apelar a sus dotes actorales, aunque hasta el momento sólo ha conseguido desatar la burla en las redes sociales. Le faltó arte.