Siempre que se hace referencia a Santa Cruz se comete una gran injusticia. Todos se refieren al departamento como la “locomotora de Bolivia”, la que más paga impuestos y la que produce la mayor cantidad de alimentos para el resto del país. Es natural que muchos sientan envidia por eso, rabia (porque de acuerdo a nuestra mentalidad, progresar es cuestión de suerte o de privilegio) y también cierto desdén, porque la malicia hace ver que las cosas son más fáciles en estas tierras.
Los políticos alientan esos sentimientos. Enfatizan en las diferencias e incentivan el odio, como se puede percibir en manifestaciones radicales de uno y otro lado. Nuestros líderes son muy hábiles para crear abismos donde no los hay y lamentablemente, los bolivianos siempre caemos en sus trampas, porque vivimos engañados por la presunción de que la política, el gobierno, el estado y las ideologías son esenciales para conseguir algo parecido a lo que ha logrado Santa Cruz en los últimos 60 ó 70 años.
Evo Morales jamás escondió su desprecio por Santa Cruz e hizo todo lo posible por aplastarlo, porque consideraba que igualando hacia abajo, nadie se sentiría incómodo. Mientras buscaba cómo menoscabar el potencial productivo cruceño, se concentró en el Chapare, su tierra amada, hacia donde dirigió la mayor inversión pública que se haya hecho en la historia del país. Es interminable la cantidad de obras que se hicieron en el trópico cochabambino, pero lamentablemente, ninguna de ellas tiene la capacidad de convertir a esa región en otra máquina propulsora.
En primer lugar, porque el Chapare es monoproductor. Por concentrarse en la coca y la cocaína, se destruyó el turismo, la industria de las frutas, la actividad forestal y jamás se consiguió desarrollar la agropecuaria a gran escala, porque los cocaleros (con Evo Morales a la cabeza) deciden qué se planta, qué se cosecha y quien se opone, corre el riesgo de aparecer flotando en un río.
Por todas esas estupideces que nos meten los políticos en la cabeza, los bolivianos no somos capaces de percibir que en Bolivia pueden florecer muchos polos productivos como el cruceño y todo depende precisamente de que el estado intervencionista, miope y manipulador, deje de perjudicar, como ha hecho con el Chapare o con Tarija, donde la bonanza del gas sólo dejó los pozos vacíos, así como pasó con los “socavones de angustia” de Potosí y de Oruro.
En realidad Santa Cruz ya tiene una región gemela y es El Alto, con la que comparte muchas características idénticas. Es una ciudad rebelde porque se hizo sola, a pesar y con el Estado en contra; es uno de los pocos lugares del altiplano donde impera el libre comercio y donde se puede emprender cualquier actividad industrial o productiva sin pedirle permiso a ningún caudillo. Cruceños y alteños son los que mejor pueden complementarse, hacer negocios juntos y unir fuerzas por la libertad. Pero los políticos no quieren eso. Su objetivo es que se odien, pues así los debilitan.
Cruceños y alteños son los que mejor pueden complementarse, hacer negocios juntos y unir fuerzas por la libertad. Pero los políticos no quieren eso. Su objetivo es que se odien, pues así los debilitan.