Dicen que los hijos de padres borrachos son los más felices del mundo, pues cada vez que el hombre se pone “contento” también se vuelve generoso y los chicos aprovechan para pedirle dinero y comprar caramelos, chocolates y lo que se les antoje, pues en momentos de jolgorio no hay quien controle. Lo que queda en los bolsillos después de la farra lo aprovecha la esposa, que espera a que el beodo se duerma para vaciarlo y tener con qué comprar los víveres para la comida del día siguiente.
No siempre hay suerte de que quede algo y ahí vienen los reproches, las peleas y los traumas para los niños que ven cómo esa efímera y aparente felicidad se les escurre de las manos y se vuelve hambre, necesidad y la tristeza de vivir en una casa donde el papá es un irresponsable que derrocha todo lo que le cae en las manos y que mima a sus hijos simplemente para tapar sus desórdenes como cabeza de familia.
Luis Arce anda en las mismas condiciones que el padre borrachín. Regalando lo que no tiene, entregando vehículos, edificios y toda clase de prebendas a los sindicatos que le sonríen y le ofrecen felicidad eterna, pese a que sabemos que serán los primeros en salir a las calles a gritar por más caramelitos, cuando los bolsillos estén vacíos, hecho que no está muy lejos.
De acuerdo a datos recientes de la Fundación Jubileo, Luis Arce sigue en una farra interminable, pese a que las reservas internacionales, el único cofre del que ha estado sacando plata a manos llenas el gobierno, se está quedando sólo con las telarañas.
La institución dedicada a hacer estudios sobre sociedad y economía dice que los gastos corrientes del estado boliviano se expandieron durante los últimos 15 años de manera constante y este año aumentaron en un 7%, hasta situarse en 144.485 millones de bolivianos, el monto más elevado desde 2005.
Se trata de casi 21 mil millones de dólares anuales, alrededor de 56 millones de dólares por día que se van en el pago a empleados públicos, intereses de la deuda, compra de bienes improductivos y el mantenimiento del elefantiásico aparato burocrático que, como vemos, sigue creciendo y engordando. Esto no abarca las inversiones, la mayoría de las cuales también son vanas, pues se trata de obras, empresas estatales y otros dispendios que no aportan más que pérdidas al erario público.
Sólo a alguien que tiene mucho licor en la cabeza se le ocurre decir que “no pasa nada”, que todo está bien y que puede seguir la borrachera indefinidamente, especialmente cuando el déficit fiscal sigue aumentando, los subsidios están matando la economía y los servicios de la deuda están consumiendo lo poco que queda. Y todavía queda por enfrentar la campaña electoral, época de más regalos, más borrachera y derroche. A este paso, la resaca será muy larga y dolorosa.
Se trata de casi 21 mil millones de dólares anuales, alrededor de 56 millones de dólares por día que se van en el pago a empleados públicos, intereses de la deuda, compra de bienes improductivos y el mantenimiento del elefantiásico aparato burocrático que, como vemos, sigue creciendo y engordando.